Al norte de Valdeavellano, a un kilómetro y medio aproximadamente del casco urbano y 500 metros de la ermita de la Virgen de las Espinillas, en el paraje conocido como La Dehesa y a 1350 metros de altitud se encuentran los restos del Castro de las Espinillas. En el siglo VIII a.C. un fuerte enfriamiento del clima propició migraciones de pueblos centroeuropeos hacia el sur del continente. A través del valle del Ebro llegaron al reborde montañoso del norte y noreste de la provincia de Soria donde se establecieron trayendo consigo la cultura del Hierro y un sistema de doblamiento conocido como castros. Estas aldeas fortificadas emplazadas en lugares de fácil defensa y difícil acceso y cuya denominación deriva de la palabra latina “Castrum” (fortaleza) son el origen de vocablos como castillo, Castilla, Cataluña o de mucha de la toponimia soriana como “los Castillejos”, “el Castellar”, “el Castillo”…Los habitantes de este espacio, denominados posteriormente por los invasores romanos como Pelendones, eran ganaderos, actividad propiciada por la morfología de la zona. Uno de los rasgos más característicos de su economía de subsistencia era la no utilización del torno. Tenían contacto con castros cercanos, en unas ocasiones para realizar trueque de materiales, en otras para robar ganado y también para garantizar la renovación genética. El hecho de contar con murallas evitaba esas incursiones, daba prestigio, su visión marcaría el territorio propiedad de ese poblado y delimitaría el área a construir y por lo tanto, el número de habitantes.
El castro de las Espinillas tiene una forma casi circular. Según los expertos se construiría en torno al siglo VI a. C. en un periodo de transición entre la cultura castreña y la posterior celtíbera. Podemos contemplar enormes derrumbes de lo que fue la alta muralla, que tendría unos cuatro metros de altura a juzgar el volumen de piedras acumuladas y que estaría coronada por una empalizada. Esta recorre los lados oeste, norte y este, no siendo necesaria en el lado sur por el escarpado desnivel de esta zona. Durante mucho tiempo unos muros adosados a la muralla se tomaron como restos de torreones, pero se ha comprobado que son construcciones posteriores, posiblemente de pastor. Anteceden a los muros un cinturón perimetral de cantos hincados, que se acompañarían con estacas, para entorpecer los ataques de la caballería. El acceso principal estaría en el lado oeste. En el interior se intuyen espacios de planta circular donde estarían las viviendas que en ocasiones podían compartir con su ganado.
Con la progresiva expansión de la cultura celtibérica, este castro pasaría muy probablemente a ser tributario de Numancia, no demasiado lejos de este lugar, proporcionándole ganado a cambio de protección y cierta organización del territorio. Años después se impuso su romanización, pudiendo tener un uso militar por las monedas y restos hallados en el mismo. Y tras siglos de uso ganadero, modificado en gran medida su aspecto, hoy exige una fuerte observación para reconstruir mentalmente el esplendor de este lugar que la naturaleza ha reclamado para si.
Información obtenida de la publicación “Castros y Pelendones” de la Asociación de Desarrollo Rural PROYNERSO
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